Wildfeuer fue testigo del Holocausto. Pasó por varios campos de trabajo forzado y de exterminio. Es polaco, y hace más de seis décadas que vive en Argentina.
“Al final eran tantos (los muertos) que a usted ni le impresionaba ver cadáveres (…) Una noche dormí en unas literas de 60 centímetros. El que durmió conmigo se murió. Y yo le saqué las medias, la camisa, ¿se da cuenta?”. De esta manera, Edgar Wildfeuer (91) recuerda sus años más grises, los de la persecución nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y responde, así, a la pregunta de cómo hizo para soportar tanta atrocidad.
Wildfeuer abre su casa de Alta Córdoba, donde vive con su esposa Sonia Schulman, ambos sobrevivientes del Holocausto (los únicos en Córdoba), y cuenta su historia. Edgar, entre tantas cosas, pasó un año y medio en Auschwitz, el más célebre de los campos de exterminio nazi en Polonia, donde fueron asesinados un millón de judíos. Como evidencia, lleva tatuado en su brazo izquierdo su número de prisionero: el 174.189.
“Nací hace 91 años en Polonia, era único hijo, mi padre era ingeniero ferroviario”, comienza. Su lugar de origen es Dziedzice, aunque cursó la escuela primaria en Cracovia, antigua capital de Polonia. Se convirtió en nómade a la fuerza. En 1937, dos años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, la familia se mudó a Toruñ.
“El 1° de septiembre, los alemanes invaden Polonia y empieza la guerra. A nosotros nos evacuan. El tren fue bombardeado, perdimos todo”, relata. Edgar tenía 15 años.
Con la división del país, los Wildfeuer quedaron bajo la ocupación rusa, en tiempos de José Stalin. “Cuando en junio del año 41, de sorpresa, Hitler ataca la Unión Soviética, entran los alemanes y ocupan la ciudad. Y empieza el horror”, cuenta.
Todos los judíos fueron obligados a llevar una banda blanca con la estrella de David celeste. Una marca que los delataba como judíos. Se multiplicaron los campos de trabajo forzado.
“Entre junio y fin de 1941, la mitad de la población judía de esa ciudad, Lwow, dejó de existir”, recuerda. Escaparon.
Llegaron a Podhuba, cerca de Eslovaquia. Edgar consiguió empleo en una empresa que mantenía caminos. “El 13 de agosto del año ’42, los alemanes hacen lo que se llama ‘limpieza de los judíos’. Llegaron los milicianos nazis y mataron a todos. A mí me encuentran con la bicicleta, llevando el almuerzo al capataz (…) No me tocaron (…) Cuando llegué al lugar donde trabajaba me encontré con el cadáver de mi padre, que había venido a avisarme que habían matado a mi madre y a todos los demás familiares”, narra. “Se me vino el mundo abajo, estaba solo, no sabía qué hacer”. Caminó 14 kilómetros hacia el gueto, a encontrarse con un amigo de su padre. Tenía 17 años.
Trabajos forzados
A fines de 1942 terminó en un gueto en Cracovia. “Como era candidato para una próxima deportación, me presenté para un campo de trabajo forzado en los suburbios de Cracovia, donde estaba el cementerio judío”.
El trabajo consistía en romper las lápidas, liberar terreno y hacer las nuevas barracas. Se trataba del campo de Plazow.
Edgar recuerda escenas de barbarie protagonizadas por el jerarca de las SS alemanas, Amon Goeth, un sanguinario que hacía ejercicios de tiro con los judíos. “Era un psicópata que andaba con un revólver en la mano matando a los que no le gustaba la cara (…) Había terror en el campo”, cuenta.
Por entonces, llegó a Cracovia Oskar Schindler, el empresario alemán que salvó la vida a cientos judíos al emplearlos en su fábrica de ollas y municiones. También tenía otras pequeñas. Edgar trabajó en una de ellas: armaba cajones.
El campo más “célebre”
Edgar se registró como carpintero para trabajar en Auschwitz: era más fácil sobrevivir con un oficio. Llegó al centro de exterminio en un transporte especial, distinto a los trenes que cargaban judíos seleccionados con destino a las cámaras de gas. “Nos quitaron todo. No te podías quedar con una foto ni con nada. Nos dieron ropa rayada. Nos llevaron a la cuarentena, y ahí nos tatúan el número: el mío es 174.189, que de ahí para adelante sustituye tu identidad”, precisa. Su puesto fue en una fábrica de implementos de madera para el Ejército.
Auschwitz estaba dividido en zonas. Edgar se ubicaba a unas 30 cuadras de las barracas, las cámaras de gas y los crematorios. “Cada campo estaba rodeado de doble alambrado electrificado. Todos los días había cadáveres de los que no aguantaban y se mataban en ese alambre”.
Wildfeuer se convirtió en un obrero especializado. “Así pude aguantar un año y medio de Auschwitz”, refiere.
Entre tantas cosas, Edgar recuerda cuando desembarcaron los judíos de Hungría. “Llegaban un montón de trenes, se quemaban 10 mil personas por día en la cámara de gas. No alcanzaban los crematorios. Para hacer los crematorios se hacían zanjas y el olor a carne quemada nos llegaba a nosotros, que estábamos a tres kilómetros”.
La marcha de la muerte
En enero de 1945, los rusos iniciaron su ofensiva. Los alemanes evacuaron Auschwitz y demolieron las cámaras de gas y los crematorios. La operación resultó caótica: no era fácil desalojar a 80 mil personas. Demoró varios días. Edgar salió casi al final. En el desorden, levantó una frazada para enrollarse alrededor del cuerpo y consiguió dos zapatos, que no eran del mismo par. “Y empezamos la evacuación, lo que se llamó Marcha de la Muerte’”, dice.
Caminaron tres días y tres noches, durmiendo a la intemperie, con 15 grados bajo cero.
Pasó por otros campos: Mauthausen, en Austria, y Meltz. En Ebensee lo encontró el fin de la guerra. Cuando lo liberaron pesaba 45 kilos. “El 2 de mayo se dejó de trabajar, porque llegó la noticia de que Hitler se había suicidado (…) Pasaron dos días hasta que llegó un tanque americano. Tomó prisioneros a los que nos cuidaban. Nosotros pedíamos que manden rápido comida y médicos, porque la gente se moría. El tanque se fue. Dejó la puerta abierta y nosotros teníamos miedo de salir”, relata. Y sigue: “Era como cuando le abren la puerta de la jaula a un canario. Como nunca ha estado en libertad, no sabe qué pasa”.
Al día siguiente, la Cruz Roja los trasladó a un campo de los trabajadores civiles. Algunos esperaban noticias de Polonia, por si había algún familiar que hubiera sobrevivido. Pero Edgar no tenía a quién esperar.
Pasó un tiempo con refugiados en Bolonia, Italia. Luego, en Santa María de Leuca. Se quedó dos años, terminó los estudios y conoció a Sonia con quien, luego, compartiría una larga historia de amor en la Argentina.
70 años después
Regreso. Wildfeuer volvió a Europa en 2008 junto a su esposa, dos hijos y dos nietos. “Fuimos a Auschwitz, a la ciudad donde viví, a la escuela, a todos lados donde estuve. Hoy, todo es un museo”. Este año, Edgar volvió a Polonia con 300 sobrevivientes del Holocausto esparcidos por el mundo. Participaron de la conmemoración de los 70 años de la liberación de Auschwitz. “Ahí le di la mano a la reina Máxima de Holanda”, sonríe. “Yo era el único de América latina”.
Documental. El Ministerio de Educación y la Daia, entre otros, presentó esta semana Edgar, historia de un sobreviviente.