Tenía 19 años cuando el estallido de una bala antigua de cañón mató a su mejor amigo y lo dejó sin una pierna. Después de varias cirugías y de luchar contra prejuicios propios y ajenos, no solo volvió a caminar: también pudo darle un nuevo sentido a su vida a partir de su experiencia.

De repente sentí una explosión. Mi cabeza impartía órdenes y mis piernas no reaccionaban, no había manera de moverme. Me arrastré hasta el jardín y ahí empecé a intentar lidiar con todo lo que estaba viviendo. Recuerdo la ambulancia yendo al hospital de San Isidro, el cuarto de emergencias. Nunca perdí la conciencia, libré una lucha interna para no desvanecerme. Llegué al hospital con mucha pérdida de sangre, estuve 48 horas con riesgo de vida. En terapia intensiva, me desperté con mucho dolor en la pierna, vi a mis viejos al lado con la cara transformada. De a poco, fui enterándome de las cosas: me habían amputado la pierna la noche del  11 de julio de 1986.

El tiempo pasó y, con mucho dolor, aprendí a encontrarle el lado positivo. Años más tarde, armé la Explosión de Vida para ayudar a la gente a descubrir la posibilidad que todos tenemos de levantarnos y ser protagonistas de nuestras vidas.

Una de las piernas de Sergio tuvo que ser amputada. Los médicos de San Isidro tomaron el riesgo de no amputarle la otra. Una vez estabilizado, lo trasladaron al Instituto del Diagnóstico, donde estuvo cuatro meses para recuperarse. Después del alta, permaneció internado dos meses en su casa. La pérdida de hueso tiende a achicar el cuerpo, por lo que le pusieron clavos y otros implantes para que no disminuyera aún más: perdió 12 centímetros de altura.

A los 19 años, antes del accidente, el sueño de Sergio era seguir jugando al rugby. Fantaseaba con tener una familia y recibirse. Seis meses después, lo único que deseaba era estar parado.

Sergio atravesó muchas situaciones adversas. Una novia lo dejó meses antes de salir de la silla de ruedas. En 2001, en el peor momento de la crisis, al primero que echaron de la empresa en la que trabajaba fue a él. Sus padres fallecieron en un mismo año. Sin embargo, esta última situación le provocó un clic en su vida laboral, y comenzó a armar charlas inspiracionales relacionadas con su accidente.

”Mis charlas se llaman «Explosión de Vida» porque la palabra explosión no tiene una connotación específica. Explosión de bomba es negativo, explosión de vida es positivo. Me preguntan si no me hace mal, y para mí es lo contrario. No debemos dar nada por sentado. Es la manera de honrar a mis padres por todo lo que me dieron y sufrieron conmigo. Y ninguno de los dos supo que yo pude canalizar todo lo que me pasó”.

Revista Brando Feb 2017